El dibujante de calaveras era uno de los artistas más importantes de México; pero nadie lo sabía, y murió olvidado y pobre. Tan pobre que su propia calavera descansa en una fosa común, junto a muchas otras calaveras de gente pobre y olvidada.
Una calavera más.
José Guadalupe Posada era dibujante. No era pintor, como el gran Diego Rivera. Nunca fue a París, ni conoció a Picasso, ni fue patrocinado por el gobierno mexicano, como el gran Diego Rivera.
Posada hacía ilustraciones, caricaturas y estampas populares que salían en los periódicos. Trataba noticias y temas sociales, hacía sátira y versos, e imágenes lo suficientemente expresivas como para comunicarse con la gente que no sabía leer; porque hablaba su lenguaje.
Calaveras divertidas.
Posada no era un “artista”, porque publicaba en los periódicos; no pintaba cuadros. Ser un ilustrador no era ser “artista”. A diferencia del gran Diego Rivera, no tenía amigos en la élite intelectual y política.
Posada se mofaba del poderoso y del sencillo. Se reía de la vida. Dibujaba calaveras festivas, socarronas, que bailaban, reían, bebían e iban en bicicleta.
La calavera mexicana, la muerte dovertida, es, en parte, herencia azteca. Los aztecas consideraban la tristeza una falta de respeto hacia los muertos.
José Guadalupe Posada, don Lupe, no expuso en San Francisco como el gran Rivera, ni en el Palacio Nacional, ni se afilió al partido comunista. Tampoco se casó con Frida Kahlo, ni montaba fiestas.
Comunicar con la gente.
Posada tenía una imprenta y dibujaba calaveras. Las imprimía en diarios y panfletos populares. Arte para el pueblo, como el gran Diego Rivera. Solo que él no era “artista”.
Pero, mira tú por dónde, ahora las calaveras de José Guadalupe Posada son tan conocidas, que forman parte del imaginario y de la identidad mexicana. México son calaveras, y las calaveras son Posada.
México es Posada.
El arte popular –ahora sí, el ARTE– trata de la vida y la muerte, de la condición humana, de la brevedad, de la existencia. El arte popular comunica, conecta con la gente. Y la gente se lo hace suyo y lo transmite.
Las calaveras de Posada también conectaron con el gran Diego Rivera. Rivera admiraba el arte popular –el ARTE– y contribuyó a difundir a Posada, a darlo a conocer. Situó a la calavera “Catrina” en el centro de su mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”.
La calavera Catrina.
Pero el nombre se lo puso Rivera. Originalmente, Posada publicó la Calavera Garbancera como parte del contenido satírico en el periódico. El nombre “garbancera” hacía referencia al nombre con el cual se referían a los indígenas que pretendían actuar y vestir como europeos;
La falacia, la impostura; una costumbre tan extendida entonces como ahora.
Cuando Rivera la situó en su mural, la llamó “Catrina” –de “catrín”, que era como se designaba a los dandis– y entonces tomaba otro matiz.
Rivera 0; Posada 1.
El arte ha tratado a menudo la calavera como símbolo de la muerte, de la brevedad de la vida; el final que iguala a todas las personas. Todos morimos, y lo que hacemos en vida a menudo es irrelevante.
Posada murió en el olvido, y el gran Diego Rivera con honores y monumentos. Pero, mientras que cada vez menos gente recuerda al gran Diego Rivera, las calaveras de Posada siguen conectando con el pueblo.
Porque, al fin y al cabo, conectamos con lo esencial, nos llega lo auténtico. Lo que es franco, sin disfraz. Lo que nos habla de las cosas tan importantes como simples: la vida y la muerte.
¿No te parece?