Eres un cerdo.
Y como ahí fuera acechan lobos, te construyes una casa de ladrillo.
Mientras, los otros cerdos se cachondean de ti. “¡Una casa de ladrillo, cómo te pasas!”, dicen.
Claro. Porque construir una casa de ladrillo es una matada. Y con tantas horas dedicadas a hacerte la casa, no te queda tiempo para salir a tomar unas birras con los otros cerdos.
En cambio, si te construyes una casa de paja, como la del cerdo Manuel, en pocos días está acabada y a punto para entrar a vivir. Un trabajo mínimo para salir del paso, porque lo importante es vivir la vida con alegría.
Pero tú no piensas como Manuel. Eres del parecer que es mejor trabajar con vistas al medio y al largo plazo, y después ya recogerás los frutos de tu constante trabajo, y entonces te tomarás las birras que quieras.
Tienes miedo.
Naturalmente; hay lobos merodeando. Tú crees que vale la pena ser previsor, y que para vivir la vida con alegría, es preferible no ser comido por el lobo.
“¡Eres un cagado! No podemos vivir con miedo, acabaríamos locos”, dicen, riendo, el cerdo Manuel y la cerda Conchita. “¡Ja, ja, ja!”. Y así todos los días.
Una mañana en la que Manuel tiene resaca, llama a la puerta el lobo José María.
“Ábreme, cerdo”, dice el lobo.
“No quiero”, responde el cerdo, que está en su derecho.
El lobo, evidentemente, sopla fuerte, y la mierda de casita de Manuel se deshace al instante. Manuel sale corriendo y llega a casa de Conchita.
El término medio.
Conchita opta por un término medio: es más de hacer casas de madera. No precisa tanto trabajo como la de ladrillo, pero aguanta más que la de paja, y supone una inversión que considera razonable. De modo que Conchita y Manuel están tomándose unas birras en la casa de madera y todo bien.
Cuando llega el lobo José María, Conchita, que está en su derecho, le niega la entrada. José María se cabrea y sopla muy fuerte. La casa aguanta, porque no es como la caca aquella de Manuel. Está hecha con más consistencia, ha requerido más trabajo y los materiales son mejores.
Pero al tercer soplo, la casa de Conchita se desmorona.
Ahora un lobo está a punto de comérsela. Menudo contratiempo. Jamás lo habría imaginado. Son esos imprevistos que és poco probable que ocurran, pero que debería haber tenido en cuenta…
Sin tiempo para pensar en qué debe haber hecho mal, Conchita y Manuel salen corriendo hacia tu casa.
Recordemos que tu casa es de ladrillo. Es nueva, no la has terminado hasta hace nada, porque es más elaborada, requiere más dedicación y los materiales son bastante más caros. Eso sí, es más segura y, por lo tanto, a la larga es mucho más rentable.
A largo plazo.
Sacas unas birras de la nevera –hasta te has montado una instalación eléctrica– y os pasáis la tarde charlando. Poco a poco los otros se van reponiendo del susto del lobo. Un susto porque nunca pensaron que esto les fuera a pasar a ellos.
Pero las cosas van como van, en la vida nunca puedes decir que esto no te pasará a ti…
Estáis charlando, que si patatín, que si patatán, y llaman a la puerta.
“Soy José María. Abrid, por favor”, dice el lobo. Y tú le respondes que no, claro.
José María no está para hostias. Lleva todo el día persiguiendo cerdos y está hambriento. De manera que sin decir nada más se pone a soplar.
La casa es de obra, y sabe que le costará, pero él es un experto soplador de casas. Sin embargo, a los veinte minutos ve que no hay nada que hacer. Tiene hambre, pero está cansado. A la mierda los cerdos, se vuelve para su casa y por el camino ya comprará algo en el súper.
La tranquilidad.
El lobo no entrará nunca en tu casa. Puedes estar tranquilo, porque está bien hecha. Te has pasado por el forro las burlas de los cerdos y has ido a tu bola, haciendo lo que creías mejor, informándote y mirando al futuro.
Porque sabes que en la vida hay imprevistos, pero también cosas muy previsibles que conviene no ignorar.
¡Enhorabuena por tu trabajo!